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ARQUIDIÓCESIS DE SANTO DOMINGO,
VICARIA EPISCOPAL ESTE,
ZONA PASTORAL SAN ISIDRO
PARROQUIA SANTO DOMINGO SAVIO.
“Un pueblo discípulo de Jesucristo, que escucha, medita y vive la Palabra de Dios”.
Retiro Espiritual Semana Santa 2019, desde la Parroquia Stella Maris.
El martes 16 de abril reflexionamos sobre el Valor de la meditación (oración), realizado por el Rve. P. Ricardo Jáquez Mena, Párroco de la Parroquia Santo Domingo Savio y Arcipreste de la zona Pastoral San Isidro. INVI-CEA Hainamosa.
EL VALOR DE LA MEDITACIÓN (ORACIÓN)
Esta reflexión la inicio con estas preguntas: ¿busco un tiempo, para la meditación de cada día como verdadero hijo de Dios? ¿Cuándo hago meditación tengo la mente abierta y atenta a la voluntad de Dios?
Hermanos, las respuestas las encontramos en las Sagradas Escrituras, (Filipenses 4:8, 9;). nos animan a meditar en cosas que sean verdaderas, justas, puras, amables, de buena reputación, llenas de virtud y dignas de alabanza, asimismo en (Colosenses 4:6). Si “sembramos” esa clase de pensamientos en nuestra mente, “cosecharemos” hermosas cualidades, de bondad y buenas relaciones con los demás.
Ciertamente, la meditación a la que con frecuencia se designa también oración mental implica orientar el pensamiento hacia Dios tal y como se ha revelado a lo largo de la historia de Israel, definitiva y plenamente en Cristo. La meditación es, sobre todo, “una búsqueda”, lo afirma el (Catecismo, de la Iglesia Católica 2705); si bien conviene añadir que se trata no de la búsqueda de algo, sino de Alguien, como una unión, para identificarme con su voluntad y unirme a Él.
Mis hermanos la meditación es Ser y estar con Dios: “permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no está unido a la vid, así sucede con ustedes” (Jn 15,4); acercarse a aquel misterio de la unión con Dios, que los Padres Griegos llamaron divinización del hombre: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Dios” (San Atanasio); por eso mis hermanos, meditar es pensar sobre alguna verdad de fe, para creer con mayor convicción, amarla como un valor concreto, que implica reflexionar, amar, y tener propósitos prácticos en nuestra vida cotidiana. Su valor está no en pensar mucho, sino en amar mucho” (CEI, Nº 996); es un concentrarse sobre sí mismo, y un trascender el propio yo, que no es Dios, sino sólo una criatura[i].
Como dice (San Agustín, en sus Confesiones 3, 6, 11). Dios es “interior intimo: Dios es más íntimo que mi intimidad y más grande que mi grandeza”. Y en (1 Jn 4,8), Dios está en nosotros y con nosotros, y nos trasciende en su misterio, y es que la meditación se funda sobre: la realidad misma del Dios uno y trino, que “es Amor”.
Por eso, hay un reflejo sensible del amor divino y nos sentimos como atraídos por la verdad, la bondad, y la belleza del Señor que se da desde el silencio. Es necesario redescubrir el valor del silencio, el cual crea un ambiente favorable para la reflexión, para la contemplación, para la escucha inteligente (de sí mismo, de Dios y de los otros), para la purificación y unificación de la persona. Por eso, la meditación auténtica nos envía constantemente al amor del prójimo, a la acción y a la pasión, y es así como nos acerca más a Dios.
Pensando profundamente acerca de lo que Dios nos dice en las Sagradas Escrituras que prepara nuestras mentes y corazones para la oración. Esta despierta en el orante una ardiente caridad, que lo empuja a colaborar con la misión de la Iglesia y al servicio de los hermanos para la mayor gloria de Dios. En el Salmo 119 nos exhorta a poner nuestros ojos en los caminos de Dios. Como seres humanos rebeldes con muchas debilidades y personas que compiten por nuestra atención.
Los Salmos nos dan al menos cinco pasos para la meditación de la Palabra de Dios. Meditamos para “concentrarnos, comprender, recordar, adorar y aplicar”.
Para concentrarnos: “Meditaré en Tus preceptos, y consideraré Tus caminos”, Salmo 119:15. Medita para concentrarte en cómo Dios te está hablando a través de su Palabra.
Para comprender: “Hazme entender el camino de Tus preceptos, y meditaré en Tus maravillas”, Salmo 119:27. En la meditación buscamos entender cómo el Dios del universo está hablando sobre sí mismo, nuestro mundo y nuestros corazones. Comenzamos orando como el salmista: “¡Hazme entender tu camino!”. Medita para entender lo que Dios te está comunicando a través de su Palabra.
Para recordar: “Me acuerdo de los días antiguos; En todas Tus obras medito, Reflexiono en la obra de Tus manos”, Salmo 143:5. Cuando meditamos en las Escrituras, lo hacemos para recordar todo lo que Dios ha hecho en su gran historia de la redención, la forma en que envió a Cristo para salvar a un pueblo de sus pecados. En la meditación reflexionamos sobre el trabajo de las manos de Dios. Medita para recordar todo lo que Dios ha hecho por medio del Evangelio de la Gracia.
Para adorar: “Sino que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche”, Salmo 1:2. Una vez que hayamos meditado para enfocar, entender y recordar, vamos a encontrar normalmente nuestros corazones inclinados a adorar. Así nos detenemos a elevar la mirada hacia las virtudes de Cristo, para quitar nuestros ojos del mundo, y para expresar acción de gracias y adoración cuando oramos. La meditación conduce al deleite cuando el Espíritu Santo inclina nuestros corazones para ver y saborear cuán glorioso es Dios. La meditación “arrastra” nuestros corazones a gozar de la Palabra de Dios, que es vital para nuestra fuerza y gozo espiritual.
Para aplicar: Por último, estamos en mejores condiciones para comprender cómo aplicar las Sagradas Escrituras cuando nos detenemos a meditar. Para la aplicación de lo que leemos, nos preguntamos: “¿y ahora qué debo hacer?”. Tú pudieras alabar a Dios por enviar su inmerecido amor bondadoso en Cristo. Pudieras pedirle su ayuda para amar a alguien que te ha herido, con la misericordia que has recibido.
Ayuda en la debilidad: Que el Espíritu nos ayude en nuestra debilidad, ponga nuestros ojos en Cristo, nos dé la comprensión, nos lleve a recordar las obras maravillosas de Dios, nos llene de alegría, y nos lleve a caminar en la verdad. Ciertamente, el cristiano tiene necesidad de determinados tiempos para retirarse en la soledad, para meditar y para encontrar su camino en Dios. Todo fiel debe buscar y puede encontrar el propio camino, el propio modo de hacer oración, en la variedad y riqueza de la oración cristiana enseñada por la Iglesia; pero todos estos caminos personales confluyen, al final, en aquel camino al Padre, que Jesucristo ha proclamado que es Él mismo.
La oración es hablar con Dios. Nosotros lo “escuchamos” a Él cuando estudiamos su Palabra. Así, la oración y el estudio de la Biblia son dos elementos fundamentales para la comunicación con Dios. El apóstol Pablo escribió: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Pensemos en la humildad de María Santísima, que escucha y medita desde la voz de Dios, que ha estado honrada con la más alta de las intimidades con Dios, “Ha mirado la humildad de su sierva” (Lc 1,48) y San Agustín, “Tu puedes llamarme amigo, yo me reconozco siervo”.
Finalmente, el cristiano que hace oración puede llegar, si Dios lo quiere, a una experiencia particular de unión, por una especial gracia del Espíritu. Quien ora puede ser llamado a aquel particular tipo de unión con Dios que, en el ámbito cristiano, viene calificado como mística. Dejémonos conducir por la voz de Dios, que no es como un terremoto, ni un fuego devorador, sino como el susurro de una brisa suave que sopla en los aires silenciosos de la madrugada. La voz de Dios no genera terror. Al contrario, siempre deja un sentimiento de paz. Por eso te ruego que nos abras los oídos para escuchar, entender y obedecer y así convertirnos en un instrumento que podamos usar para tu gloria. Gracias Señor Jesús. Amén.
[i] es.catholic.net/op/articulos/25765/cat/571/tema-39-la-oracion.html.
www.vatican.va/…/rc_con_cfaith_doc_19891015_meditazione-cristiana_sp.html.